San Charbel Makhlouf Monje Ermitaño |
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No es fácil escribir sobre la vida y sobre el
espíritu de San Charbel Makhlouf, un monje perteneciente a la Orden Libanés
Maronita, quien vivió en el siglo pasado y fue elevado a la gloria de los
altares por el Santo Padre Pablo VI, el 9 de octubre de 1977, no tanto por sus
milagros o por los hechos prodigiosos o asombrosos que realizó durante su vida
y después de su muerte, sino por su virtud herórica que nos permite a nosotros,
los occidentales conocer mejor la intensa espiritualidad de la Iglesia Oriental. Estamos convencidos también que la vida de este Santo, que merece ser
mayormente conocido un poco más en occidente, especialmente entre las nuevas
generaciones que están a la búsqueda de una nueva e intensa espiritualidad,
como lo demuestra el aumento de las vocaciones en las órdenes monásticos
contemplativas. Si logramos un poco más poder comprender el mensaje que el
Santo Charbel nos ha dejado, estaremos ciertos que ésto podrá ser una válida
ayuda para todos los creyentes. Hemos libremente traducido del francés una
carta de el Cardinal Pablo Pedro Méouchi, Patriarca de Antioquía y de todo el
Oriente, dirigida a Mons. Salvatore Garofano, Rector magnífico de la Pontificia
Universidad Urbaniana "De Propaganda Fide" y autor de la biografía
del Santo. Está redactada en idioma italiano ("Il profumo del Libano"
Roma 1977) y consideramos que sintetiza admirablemente la espiritualidad y la
virtud de este Santo. """En el drama en el que, a través la historia, el mundo se debate, los Santos conservan los reflejos del que es nombrado "la Luz del Mundo" Jesucristo. En la última de década del
siglo diez y nueve, en el que el viento del racionalismo sopló frecuentemente
sobre el Libano, un centinela, un monje Charbel Makhlouf monta guardia sobre la
Santa Montaña, para afirmar con la sencillez del creyente y con la Presencia de
Dios en una alma enamorada que el drama que sacude a la humanidad, en su
peregrinación terrestre, no encontrará su solución sino regresando hacia las
regiones profundas de la alma, donde habita la Santísima Trinidad.
Siempre en
la historia de la espiritualidad oriental estamos oponiendo la gnosis de los
sabios y la fe del sencillo creyente. Los gnósticos que tratan de poner a Dios
en el límite de la razón, encuentran delante ellos, a las almas de aquellos
que prefieren encontrar de nuevo al Creador en el camino del corazón y de la
experiencia, camino, sin exclusión de la docta ignorancia que se nutre de las
grandes fuentes de la Sagrada Escritura, de los escritos de los Padres del
desierto y de la teología moral. Así hacía también el Santo Charbel Makhlouf.
En un despojarse total del mundo y sobretodo de la propia mente, este monje
sencillo y generoso, ha preferido la plenitud de Dios a la ilusión de las
riquezas del mundo. Él ha puesto en práctica que el tener no es nada y que en
el ser está todo. Dios, la sencillez misma, no tiene nada pero es el absoluto.
Así también en la fuga del mundo - ésta es, por otra parte un de las
características de la espiritualidad oriental - Charbel ha querido establecer
con sus predilectos el diálogo de la confianza, de la presencia y del amor. Él
se sentía constantemente llamado por el Cristo Salvador a retirarse en la
profundidad de su espíritu y sus ojos que están cerrados al mundo, se abren a
de las riquezas insondables y divinas, que ningún ojo ha visto y ningún oído
ha escuchado. (Cor. 2,9). ¿Acaso debemos creer que nuestro monje ha vivido su
alegría, crucificada por su alma que se esfuerza constantemente en convertirse
y en hacer penitencia unida a la Cruz victoriosa, en el egoísmo del que ha
fijado su vista sólo en el Dios Absoluto y no tiene ningún cuidado de los
hombres pobres y miserables que viven sobre la tierra sus extrañas aventuras?
No, no. Charbel encuentra a la Iglesia en su peregrinación espiritual. ¿Para
qué cosa serviría, en efecto, a sus ojos la santidad si no fuera eclesial y
que no sirviera para la redención de Cristo, él que se ha ocupado de un
número cada vez más grande de hombres, salvados por la sangre divina? ¿Para
qué cosa habrían valido de las mortificaciones heroicas, - incomprensibles a
veces, así eran de excesivas - si ellas no servirían para reparar, si no los
pecados personales, como decían los Padres de la Iglesia, sobretodo para llevar
los pecados de los demás, de los que uno es solidario y para la edificación
del mismo y único cuerpo místico de Jesucristo? Está muy claro, estos caminos
de la profundidad del espíritu, olvidados por el mundo y que Charbel Makhlouf
ha practicado en su existencia, Dios los tenía que glorificar con muchos
prodigios inauditos y sin nombre, ya que en su persona los valores de esta
tierra habían sido lacerados y la fe había dejado el lugar a la visión.""" |
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